Ayer, el tremendo frío y la
ociosidad provocada por el catarro que me ha amargado la vida la última semana,
me hicieron modificar mi paseo matutino, entre el estudio y la comida.
Entonces, la bombillita incandescente, con su baja eficiencia energética, se me
encendió en la cabeza. Me convenía estar resguardado del clima y de paso me
apetecía atender algún asunto pendiente de carácter ferroviario.
Han pasado años desde que se
inauguró la prolongación de la Línea 1 del Metro de Madrid desde Portazgo hasta
Miguel Hernández, siendo presidente de la Comunidad Autónoma de Madrid, don
Joaquín Leguina. A los pocos días me llevo mi padre a conocer el hito
tecnológico y que agradable sorpresa me llevé al descubrir en la estación de
Alto del Arenal, un vehículo clásico del Metro. Claro está, que me hubiese
gustado más verlo funcionando y no estático sobre una estructura. Pero también
es cierto que prefiero verlo así, que no muerto de asco a la intemperie, blanco
fácil de grafiteros y demás descastados sociales o directamente víctima del
soplete.
Desde entonces, siempre tuve pendiente
volver por allí y admirar tranquilamente esta belleza de acero, evocando la de veces que debió de recorrer las entrañas de esta ciudad, en la que se cruzan los caminos. Y de paso, comérmelo
con la cámara de fotos. En fin, más vale tarde que nunca.
Se trata del coche R122
(remolque) del tipo Quevedo. Los primeros vehículos de esta clase entraron en
servicio en 1925. Traían de fábrica enganches automáticos en los dos testeros y
una sola cabina de conducción. Se adquirieron para dar servicio en la Línea 2
con motivo de la ampliación de Sol a Quevedo.
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