domingo, 22 de marzo de 2020

La revolucionaria Jenny

Los que ya me conocéis sabéis que le doy muchísimas vueltas, pensando e investigando, al fracaso de la Primera Revolución Industrial en España. Ya he ido publicando algunos trabajos en los que denuncio la adolescencia que hemos arrastrado en materia productiva bien entrado el siglo XX. Y, me temo, que aún carecemos de una absoluta madurez.



La actual situación vista desde mi confinamiento domiciliario, plasmada en la falta de medios e instrumentos sanitarios en hospitales ante la pandemia del coronavirus, me hace retrotraerme a las ideas que he expresado en el párrafo anterior. He de admitir que no tengo datos concretos sobre cómo se reparte la producción industrial de mascarillas clínicas o aparatos respiradores dentro de nuestro territorio. Pero anoche escuché en la televisión al Presidente del Gobierno de España admitir el problema y afirmar que ya se está gestionando con empresas patrias la reorientación de sus medios de producción. Dijo también que es una materia en la que no podemos estar dependiendo de otros. China nos envía lotes de mascarillas por avión. Se agradece el gesto. Pero tal vez prefiere regalárnoslas antes de que las fabriquemos nosotros mismos.

Antes de ayer se publicó en Europa Press una noticia referente a la unión de ingenieros españoles para fabricar respiradores de bajo coste mediante impresión 3D. El objetivo es dar cobertura tecnológica frente a esta dramática necesidad sanitaria, que permita a nuestros hospitales asistir lo más humanamente posible a los enfermos de coronavirus con serios problemas para respirar.

Son varios los autores que han estudiado detalladamente el pasado industrial español.

Según el citado medio, la iniciativa arrancó con la creación de un grupo de Telegram y ya son centenares las personas en España que están colaborando con la iniciativa. El proyecto surgió hace unos días entre conversaciones de un grupo de 'makers' e ingenieros de diferentes empresas y centros de investigación motivados por aportar su granito de arena para superar la crisis sanitaria provocada por el coronavirus. En tiempo récord desarrollaron un prototipo de respirador 'low cost' para intentar paliar las necesidades que se prevén en el sistema sanitario.

Publicación hecha hace unas horas en LinkedIn, de un Fernando Peris Moya, ingeniero industrial especializado en desarrollo de producto, diseño mecánico y fabricación.

Todo esto me ha hecho acordarme de algo que leí en el libro de Chris Anderson MAKERS La nueva revolución industrial, publicado en 2013.


Retorno a los inicios de la Primera Revolución Industrial: la hiladora Jenny

Curiosamente, entre enormes y pesados fenómenos económicos acontecidos en Gran Bretaña durante el siglo XVIII, apareció en el mercado en 1764 una máquina hiladora multibobina que otorgaba a un solo trabajador la capacidad de manejar ocho o más carretes a la vez. Además, por sus dimensiones y al estar montada sobre un chasis de madera, podía ser instalada dentro de un domicilio.
Según Chris Anderson, esta máquina terminó generando una revolución productiva, no por contribuir al desarrollo de la planta productiva, si no por crear industria artesanal. Unidades de esta hiladora comenzaron a ser adquiridas por campesinos que vieron en ellas un medio lucrativo para trabajar dentro del hogar. Ayudó a cimentar el núcleo familiar al permitir que tanto hombres como mujeres trabajasen dentro de casa. Se mejoró el entorno laboral para los niños dado que, lamentablemente, tenían que trabajar. Resultó ser un medio para que personas normales se convirtiesen en emprendedores sin tener que pasar por el periodo de aprendizaje y evaluación impuesto por los gremios. Se favoreció el espíritu empresarial doméstico dado que las compañías subcontrataban trabajo a destajo a una red artesanal altamente cualificada con un rendimiento ampliado gracias a las técnicas de microproducción. La generalización de estas máquinas marcó el fin de la era fundamentalmente agraria de la historia británica.


Al no tratarse de un trabajo sujeto a la tierra, los campesinos lograron una mayor cuota de emancipación sobre los terratenientes. Algo que se tradujo en mayor independencia y control sobre su futuro económico. Pero no todo el monte es orégano. Ahora les tocaba lidiar con grandes compradores industriales que siempre pretendían precios más bajos, pudiendo cambiar de proveedores sin dudarlo.

Podría suceder que los salarios no fuesen mejores que en el campo. Pero, al menos, los trabajadores podían establecer sus propios horarios, con el consiguiente amoldamiento y refuerzo de la estructura familiar.
Para las grandes factorías, la mayoría de industrias artesanales eran sólo una fuerza de trabajo distribuida. Los trabajadores domésticos estaban a merced de los industriales. No obstante, la aparición de la industria artesanal fue una parte importante de la Primera Revolución Industrial.



Las industrias artesanales fueron una forma de producción distribuida que complementó a las factorías centralizadas por ser más flexibles y capaces de fabricar bienes en cantidades más pequeñas que aquellas para las que estaban preparadas las grandes plantas. Crecieron los mercados locales y se revalorizaron y preservaron valiosas prácticas artesanales como los encajes que en aquella época eran difíciles de hacer con máquinas. Tal vez, el equivalente moderno a este último detalle sería la personalización y exclusividad de productos.



Como ejemplos, el autor relata que a finales de la década de 1830, Dixons de Carlisle daba empleo a 3.500 tejedores manuales repartidos por los condados vecinos. Y en la década de 1870, Eliza Tinsley and Co. seguía externalizando trabajo a 2.000 fabricantes artesanos de clavos y cadenas en las Midlands británicas.

Trasladado el ejemplo británico, en tiempo y espacio, puede resultar interesante un modelo español de pequeñas empresas enfocadas en mercados de nicho de cientos o miles de consumidores, no en mercados de millones. Procurando hacer cosas que las grandes fábricas no hacen y sin ceñirse a la lógica radial de las enormes cadenas de suministros masivo y amplios solares industriales. Se trataría de convertir en virtud la fabricación en pequeños lotes pudiéndose resaltar las cualidades artesanales o bajo demanda puntual. Y usando tecnología para diseñar y producir nuevos productos a disposición de cualquiera, tal y como sucedió hace 200 años con la hiladora Jenny.

Impresoras 3D, tornos de pequeño y mediano tamaño, máquinas de corte láser para madera u otros materiales… empiezan a estar al alcance de más gente. Cuestan dinero, pero ya no es necesario invertir una fortuna en una costosa planta de producción masiva o recurrir a una gran fuerza de trabajo para que hagamos realidad nuestras ideas.







Otra ventaja de la que disponemos actualmente es poder vender sin tener que someternos a grandes firmas que controlen el mercado, a través de nuestras páginas web u otras plataformas digitales. En lugar de competir en precios en un mercado de productos en serie que favorece la mano de obra barata, podemos competir en innovación y exclusividad. Crear nuestros propios diseños y ¿por qué no?, cargar sobreprecios cuando la relación con el cliente lo favorezca, por calidad o simple rechazo hacia los productos fabricados en masa.
Considero que en España tenemos los recursos y potenciales suficientes para el regreso (o nacimiento) de una nueva forma de industria artesanal, doméstica o simplemente “micro”. De la misma manera en que hace años se democratizaron los medios de producción, desde el software a la música, canalizados a través de Internet. Aquello que facilitó la creación de imperios dentro de habitaciones de estudiantes.

Llevamos años asistiendo a un proceso semejante al descrito en cuanto a medios de fabricación. Algo así como lo fueron en su momento las hiladores Jenny. Aprovechemos el momento para ser fuertes y autónomos.






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