Los
que ya me conocéis sabéis que le doy muchísimas vueltas, pensando e
investigando, al fracaso de la Primera Revolución Industrial en España. Ya he
ido publicando algunos trabajos en los que denuncio la adolescencia que hemos arrastrado en materia productiva bien entrado el siglo XX. Y, me temo, que aún carecemos
de una absoluta madurez.
La
actual situación vista desde mi confinamiento domiciliario, plasmada en la
falta de medios e instrumentos sanitarios en hospitales ante la pandemia del
coronavirus, me hace retrotraerme a las ideas que he expresado en el párrafo
anterior. He de admitir que no tengo datos concretos sobre cómo se reparte la
producción industrial de mascarillas clínicas o aparatos respiradores dentro de
nuestro territorio. Pero anoche escuché en la televisión al Presidente del
Gobierno de España admitir el problema y afirmar que ya se está gestionando con
empresas patrias la reorientación de sus medios de producción. Dijo también que
es una materia en la que no podemos estar dependiendo de otros. China nos envía
lotes de mascarillas por avión. Se agradece el gesto. Pero tal vez prefiere
regalárnoslas antes de que las fabriquemos nosotros mismos.
Antes
de ayer se publicó en Europa Press una noticia referente a la unión de
ingenieros españoles para fabricar respiradores de bajo coste mediante
impresión 3D. El objetivo es dar cobertura tecnológica frente a esta dramática
necesidad sanitaria, que permita a nuestros hospitales asistir lo más humanamente
posible a los enfermos de coronavirus con serios problemas para respirar.
Son varios los autores que han estudiado detalladamente el pasado industrial español.
Según
el citado medio, la iniciativa arrancó con la creación de un grupo de Telegram
y ya son centenares las personas en España que están colaborando con la
iniciativa. El proyecto surgió hace unos días entre conversaciones de un grupo
de 'makers' e ingenieros de diferentes empresas y centros de investigación
motivados por aportar su granito de arena para superar la crisis sanitaria
provocada por el coronavirus. En tiempo récord desarrollaron un prototipo de
respirador 'low cost' para intentar paliar las necesidades que se prevén en el
sistema sanitario.
Publicación hecha hace unas horas en LinkedIn, de un Fernando Peris Moya, ingeniero industrial especializado en desarrollo de producto, diseño mecánico y fabricación.
Todo
esto me ha hecho acordarme de algo que leí en el libro de Chris Anderson MAKERS La nueva revolución industrial, publicado
en 2013.
Retorno a los inicios
de la Primera Revolución Industrial: la hiladora Jenny
Curiosamente,
entre enormes y pesados fenómenos económicos acontecidos en Gran Bretaña
durante el siglo XVIII, apareció en el mercado en 1764 una máquina hiladora
multibobina que otorgaba a un solo trabajador la capacidad de manejar ocho o
más carretes a la vez. Además, por sus dimensiones y al estar montada sobre un
chasis de madera, podía ser instalada dentro de un domicilio.
Según
Chris Anderson, esta máquina terminó generando una revolución productiva, no
por contribuir al desarrollo de la planta productiva, si no por crear industria
artesanal. Unidades de esta hiladora comenzaron a ser adquiridas por campesinos
que vieron en ellas un medio lucrativo para trabajar dentro del hogar. Ayudó a
cimentar el núcleo familiar al permitir que tanto hombres como mujeres
trabajasen dentro de casa. Se mejoró el entorno laboral para los niños dado
que, lamentablemente, tenían que trabajar. Resultó ser un medio para que
personas normales se convirtiesen en emprendedores sin tener que pasar por el
periodo de aprendizaje y evaluación impuesto por los gremios. Se favoreció el
espíritu empresarial doméstico dado que las compañías subcontrataban trabajo a
destajo a una red artesanal altamente cualificada con un rendimiento ampliado
gracias a las técnicas de microproducción. La generalización de estas máquinas
marcó el fin de la era fundamentalmente agraria de la historia británica.
Al
no tratarse de un trabajo sujeto a la tierra, los campesinos lograron una mayor
cuota de emancipación sobre los terratenientes. Algo que se tradujo en mayor
independencia y control sobre su futuro económico. Pero no todo el monte es
orégano. Ahora les tocaba lidiar con grandes compradores industriales que siempre
pretendían precios más bajos, pudiendo cambiar de proveedores sin dudarlo.
Podría
suceder que los salarios no fuesen mejores que en el campo. Pero, al menos, los
trabajadores podían establecer sus propios horarios, con el consiguiente
amoldamiento y refuerzo de la estructura familiar.
Para
las grandes factorías, la mayoría de industrias artesanales eran sólo una
fuerza de trabajo distribuida. Los trabajadores domésticos estaban a merced de
los industriales. No obstante, la aparición de la industria artesanal fue una
parte importante de la Primera Revolución Industrial.
Las
industrias artesanales fueron una forma de producción distribuida que
complementó a las factorías centralizadas por ser más flexibles y capaces de
fabricar bienes en cantidades más pequeñas que aquellas para las que estaban
preparadas las grandes plantas. Crecieron los mercados locales y se
revalorizaron y preservaron valiosas prácticas artesanales como los encajes que
en aquella época eran difíciles de hacer con máquinas. Tal vez, el equivalente
moderno a este último detalle sería la personalización y exclusividad de
productos.
Como
ejemplos, el autor relata que a finales de la década de 1830, Dixons de
Carlisle daba empleo a 3.500 tejedores manuales repartidos por los condados
vecinos. Y en la década de 1870, Eliza Tinsley and Co. seguía externalizando
trabajo a 2.000 fabricantes artesanos de clavos y cadenas en las Midlands
británicas.
Trasladado
el ejemplo británico, en tiempo y espacio, puede resultar interesante un modelo
español de pequeñas empresas enfocadas en mercados de nicho de cientos o miles
de consumidores, no en mercados de millones. Procurando hacer cosas que las
grandes fábricas no hacen y sin ceñirse a la lógica radial de las enormes
cadenas de suministros masivo y amplios solares industriales. Se trataría de
convertir en virtud la fabricación en pequeños lotes pudiéndose resaltar las
cualidades artesanales o bajo demanda puntual. Y usando tecnología para diseñar
y producir nuevos productos a disposición de cualquiera, tal y como sucedió
hace 200 años con la hiladora Jenny.
Impresoras
3D, tornos de pequeño y mediano tamaño, máquinas de corte láser para madera u
otros materiales… empiezan a estar al alcance de más gente. Cuestan
dinero, pero ya no es necesario invertir una fortuna en una costosa planta de
producción masiva o recurrir a una gran fuerza de trabajo para que hagamos
realidad nuestras ideas.
Otra
ventaja de la que disponemos actualmente es poder vender sin tener que
someternos a grandes firmas que controlen el mercado, a través de nuestras
páginas web u otras plataformas digitales. En lugar de competir en precios en
un mercado de productos en serie que favorece la mano de obra barata, podemos
competir en innovación y exclusividad. Crear nuestros propios diseños y ¿por
qué no?, cargar sobreprecios cuando la relación con el cliente lo favorezca,
por calidad o simple rechazo hacia los productos fabricados en masa.
Considero
que en España tenemos los recursos y potenciales suficientes para el regreso (o
nacimiento) de una nueva forma de industria artesanal, doméstica o simplemente
“micro”. De la misma manera en que hace años se democratizaron los medios de
producción, desde el software a la música, canalizados a través de Internet.
Aquello que facilitó la creación de imperios dentro de habitaciones de
estudiantes.
Llevamos años asistiendo a
un proceso semejante al descrito en cuanto a medios de fabricación. Algo así
como lo fueron en su momento las hiladores Jenny. Aprovechemos el momento para
ser fuertes y autónomos.
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