viernes, 22 de agosto de 2025

Mina La Gata o La Inglesita

 A continuación, os expongo un relato sobre modestos descubrimientos y estudios en torno una de las temáticas que me apasionan: el mundo de las minas abandonadas. Para nada pretende ser un artículo técnico y académico, correcto y formal. Como comento y comentaré, la geología se me atravesó malamente en la secundaria y soy ingeniero técnico industrial, no de minas. Al respecto procuro ceñirme a las fuentes disponibles y no entrar a cuestionar aspectos en que me considero profano.


Ha sido un curso académico muy loco, por ser mi primer año de profesor. Además, he tenido que cursar el máster de profesorado, del que aún tengo pendiente el trabajo final. Año loco, intenso pero muy satisfactorio. Pero el tema del máster me ha supuesto un gasto económico severo y junto con otras cuestiones personales, decidí prescindir este verano de viajes exóticos y bohemios a lugares recónditos del globo. Otro año en que no logro ascender a la categoría de ciudadano que deja sus huellas y selfis en la Cochinchina, naciones vikingas o la amazonia. Así que volví a optar por la vieja y conocida España; o no tan conocida.

La semana pasada estuve en el pueblo natal de mi madre, Peñarroya-Pueblonuevo, en la provincia de Córdoba, en casa de mi tía Carmen. A pesar de la ola de calor que se nos echó encima, me propuse hacer cosas y visitar lugares. Y tuve la fortuna de poder ser recibido por la arqueóloga Araceli Cristo Ropero y su equipo de la Universidad de Granada. Desde hace unos años trabajan en una excavación arqueológica en la zona inundable del embales de Sierra Boyera, en Belmez, el pueblo de al lado de Peñarroya-Pueblonuevo. Como este año ha sido generoso en lluvias, el embalse está a tope y el asentamiento íbero que investigan está inundado. Por lo que se están dedicando a clasificar, identificar y datar una cantidad enrome de fragmentos de cerámica encontrados en anteriores campañas, realizar prospecciones en la zona y actividades de divulgación.

Tanto Araceli como su compañero Pablo González Zambrano se dedicaron generosamente a contarme aspectos y particularidades de sus hallazgos, resolviéndome dudas y aguantando mi sed continua de conocimiento sobre la historia del Valle del Guadiato. No pude evitar tener una sensación agridulce en cuanto que me mostraron técnicas de documentación gráfica que dominé halla por 2013 cuando colaboré con cierta universidad madrileña haciendo restituciones fotogramétricas en excavaciones y sitios arqueológicos. Pero yo acababa de terminar la carrera y necesitaba poder ganarme la vida. La fórmula que me ofrecieron, de matricularme en un máster (les daba igual que máster) para poder ser su becario no me cuadró. Las cuentas no me salían respecto a lo que iba a pagar por el máster y lo que iba a cobrar como becario. Sumado a una serie de promesas que no se cumplían y tener que trabajar con equipos que yo mismo había pagado, decidí aceptar un trabajo que ni siquiera era de ingeniero, pero que me abría la puerta a un sueldo algo digno. En fin, sinsabores de la vida.

Para el resto de mis días en la zona, Araceli y Pablo me recomendaron visitar varios lugares, en especial, el museo Museo Histórico de Belmez y del Territorio Minero, junto con antiguas explotaciones mineras en la zona de El Hoyo, aldea que pertenece a Belmez.

El museo Museo Histórico de Belmez y del Territorio Minero lo visité a la mañana siguiente. Está situado junto al Ayuntamiento de dicha villa, en una zona con mucho encanto andalusí bajo la imponente presencia del castillo que fue levantada por la Orden de Calatrava. Es muy interesante y lo recomiendo. Para cuando me fui a casa de mi tía a comer, que no era cuestión de quedarme sin comer, la temperatura ambiente ya alcanzaba los 40 ºC con cielos despejados; vamos, que se estaba quedando una buena tarde.


Tras la sobremesa y un buen rato de tele, mi mente me pedía actuar, hacer y descubrir. A eso de las 19:00 me propia tía me sugirió irme a hacer de las mías a la zona de El Hoyo, dado que dicha aldea se encuentra encajada entre montes con mayor proporción de sombra cuando cae el sol. Me puse pantalón largo en previsión de no dejarme la piel entre zarzas, pastos y cardos, camiseta especial para el calor, gorro de pescador o pervertido de playa y portar litro y medio de agua en una cantimplora especial para el calor.



Tras un pequeño rato de coche desde Peñarroya, cruzando el embalse de Sierra Boyera, me presenté en El Hoyo. Tenía en el móvil una interesante indicación que Araceli me había pasado el día anterior sobre cómo llegar a una zona de minas romanas. Primeramente, quise echar un vistazo a la calle principal de El Hoyo y su iglesia, en busca de rasgos de identidad propios de la zona, de la España recóndita que aún se resiste a desaparecer, estoica ante la calor, el devenir histórico y los vientos decepcionantes de modernidad. Hacer esto me dio lugar a cruzarme con un paisano de 70 años que se iba a pasear. Le di las buenas tardes, porque en un pueblo es sagrado saludar, se conozca o no al personal. Simpático y agradable me devolvió el saludo y me preguntó, de buen rollo, qué hacía por allí. Le dije que de turismo, seguido de que tengo familia en Peñarroya y desde hace años tenía pendiente visitar El Hoyo. El hombre me respondió con cordialidad, me recomendó algunas zonas y animó a hacer frente al calor diciéndome que pronto ya iba a haber mucha sombra e íbamos a estar más a gusto “que un cochino en un charco”. Para muchas personas estos encuentros con nativos son insignificantes o hasta molestos; para mí son la esencia de visitar un lugar.



Pocos minutos después ya me dispuse en coger el coche y avanzar hacia la zona minera indicada en el documento que me pasó Araceli. Mala suerte, o buena suerte, me equivoqué de camino. Esto me dio lugar a adelantar a aquel mismo paisano. Al rebasarle, bajé la ventanilla del copiloto y le hice un afectuoso saludo con el brazo al que el volvió a responder con simpatía. El caso es que llegué a una zona en que el camino ya era de todo menos un camino para coches; y menos un Citroën C3. Malamente di la vuelta como pude sin rajar el cárter convencido de que ese no era el camino. Y volví a cruzarme con el paisano. Bajé la ventanilla y humildemente le conté que estaba en busca de una antigua mina. Tras hacerme algunas indicaciones me propuso acompañarme hasta allí y me pidió permiso para subirse en mi coche, a lo que accedí sin dudarlo, dejando de lado anticipaciones negativas inculcadas por el cine de terror y páginas se sucesos. Nos dimos las manos y se presentó: Juan Antonio Español Mohedano. Mientras avanzábamos despacio, Juan Antonio me contó que su infancia había transcurrido entre aquellos parajes, trabajando el labores agrícolas y forestales en aquella España de la miseria post bélica, comiendo toda la familia en torno a un único plato. Lo que ahora son secarrales llenos de pasto, entonces eran huertas. Su madre era de Peñarroya, de la saga de los Mohedano y también había pasado parte de su infancia allí. Más tarde emigró a Barcelona como parte de miles de españoles expulsados del campo en un contexto de economía triunfal que había fracasado en dar respuesta a las necesidades del medio rural. Ya en el lugar adecuado, Juan Antonio me recomendó aparcar el coche en un olivar y bajó disparado a buscar la boca de una galería subterránea por la que, según él, los mineros ascendían hasta las entrañas del monte. Salí detrás de él dejándome la puerta del coche abierta y el móvil dentro. Me contó que cuando era niño, él y sus amigos se habían metido más de una vez por esa galería. No paró de prospectar zarzas e higueras hasta que la encontramos. Se trata de la embocadura de un túnel construido en mampostería, con el acceso sensatamente cerrado mediante una reja metálica con candado. No le dije nada, porque no se trata de contradecir a alguien que gratuitamente te está ayudando y guiando. Pero creo que el uso principal que debió tener ese túnel fue como desagüe de la mina. Lamentablemente no fotografiarla por haberme dejado el móvil en el coche; para otra ocasión.

Indicación cutre sobre cómo llegar a la peña desde El Hoyo en dirección sur.




Juan Antonio me indicó la senda por la que llegar hasta una peña o montera con cuevas que ya era visile. De hecho, Juan Antonio me dijo que aquello fueron “casas” de los jefes de la mina. También me habló de un pozo minero casi en la cima del monte, junto a un apoyo metálico de una línea de distribución eléctrica. Se despidió afectuosamente diciéndome que allí siempre tendré un amigo. Volví al coche, cogí mi mochila, el móvil y emprendí camino con determinación y prisas porque no muy tarde se haría de noche. Con tanta determinación que, cegado por la maleza, pasé de largo de la senda que lleva a la peña y acabé en la parte superior del monte. Mas no fue infortunio, ya que así pude visitar el pozo superior de acceso a la mina que mi amigo me había indicado. Con la ayuda de Google Earth llegué hasta dicho pozo, que me resulta más bien un acceso inclinado cegado por piedras. Me asomé y eché fotos, pero al ir solo, pasé de hacerme el valiente e intentar meterme dentro. Después me propuse llegar hasta la peña bordeando el monte por un camino y una senda inclinada; demasiado inclinada. El sol ya empezaba a ocultarse y se me hacía que intentar tal descenso iba a desembocar en un buen porrazo. Así que decidí abortar la misión y volverme con honra y sin heridas a mi coche, e intentar llegar a la peña en otro momento. Al emprender el descenso me empecé a encontrar con piedras que llamaron mi atención. Por sus formas, peso y texturas creo que son desechos de función de minerales metálicos. Creo que aquello es la vieja escombrera de alguna fundición. Sin querer jugar a dármelas de arqueólogo, me cuadra que en esa parte superior del monte, quienes explotaron la mina, realizasen actividades de cribado y fundición de los minerales. Debía ser menos costoso hacer llegar allí el combustible para el proceso metalúrgico: madera o carbón vegetal. Es mi humilde hipótesis.




Cuando descendía en busca de mi coche, por el mismo camino, me di cuenta del punto en que debía de desviarme para acceder a la peña. 



Al día siguiente, sin dudarlo, repetí la aventura. Me fascinó acercarme a esa peña con claros signos de haber sido trabajada por el ser humano. De hecho, las mencionadas cuevas creo que fueron perforadas por aquellos remotos mineros. Encontré multitud de fragmentos de minerales que os muestro en las fotos y creo que se corresponden con óxidos, carbonatos y silicatos de cobre.

 










HISTORIA

A continuación, os resumo lo que he encontrado en esta mina.

Según Pérez-L’Huillier, González-Zambrano, Cristo-Ropero, López Martínez y Murillo Barroso (2022), el nombre de la mina es “La Gata” y es un lugar de extracción minera situado en la Sierra de los Santos, dentro del término municipal de Belmez. En ella se extrajeron cobre y oro, presentes principalmente en minerales de cuarzo, malaquita, calcopirita, pirita y óxidos de hierro. Le se asocia la existencia de un poblado minero de época romana y un gran escorial. En el Museo Histórico de Belmez y del Territorio Minero se conservan materiales íberos procedentes de esta zona, incluyendo un lingote de plomo de 32 kg y varias escorias metalúrgicas, además de una posible torta de fundición. En el entorno de la mina se han registrado aproximadamente cincuenta hornos de tostación y refino, con diámetros de entre 1,5 y 8 metros y hasta 1 metro de profundidad, interconectados entre sí, formando "campos de hornos" u "hornos de malaquita" debido a la coloración y las escorias encontradas. La explotación de La Gata se remonta al I milenio a.C.

El caso es que, según el visor del Instituto Geográfico Nacional (https://www.ign.es/iberpix/visor/) el enclave geográfico en donde se encuentra esta mina se llama Sierra de Gata. Al respecto, Manuel Cano García indica que la mina de la Gata se encontraba en el término municipal de Belmez. Esta mina fue explotada durante la época romana y se dedicaba a la extracción de mineral de plomo. Fue explotada durante época romana y disponía de hornos de fundición a pie de mina. El 24 de octubre de 1564, Juan Mollinero, de origen alemán, registró un escorial en la parte que se conocía como Sierra de la Gata en el término de Belmez. Este hecho sugiere la continuidad de la actividad o al menos la presencia de vestigios de minería y fundición en esa área, posiblemente relacionados con explotaciones anteriores.

Según el académico y profesor de la Universidad de Córdoba, Antonio Daza Sánchez, en el libro de las Minas de la Corona de Castilla (de Tomás González) en 1575 un tal Martín Sánchez Membrillera registra una mina metálica en el pago llamado cortijo del Hoyo, en una viña de una tal Mari Hernández Catilleja. En 1845, a parte de las minas de cobre “Santo Tomás” y “La Candelaria”, en el Hoyo, aparece otra mina llamada “La Inglesita” en la Sierra de Gata junto y una fábrica nombrada como “Santa Teresa”. En esos mismos años, 6 minas de cobre situadas en la Sierra de Gata eran propiedad de ciudadanos ingleses.

Según un documento que me ha proporcionado la Ingeniero Técnico de Minas en Junta de Andalucía, Inmaculada Ramos Márquez, con la generosa mediación de Ángel Domínguez Sánchez-Barranco, “La Inglesita” estaba compuesta por cuatro pertenencias denunciadas por Santiago de Gálvez y compañía en 1845.

En el artículo Compañía LOS SANTOS Posadilla,Cenca del Guadiato 1846-1862, (S. Pando, 2013), “La Inglesita” fue cedida en propiedad a la Compañía Los Santos por Enrique Souttum el 8 de marzo de 1856. Y ahora me paro a hablar, o mejor dicho escribir, un poco sobre esta empresa por la importancia histórica que tuvo en el Valle del Guadiato.

  

Compañía de Los Santos

La Compañía de Los Santos fue, junto con la Unión Ferro-Carbón (ambas constituidas en 1846) una entidad cuyo objetivo era industrializar la cuenca minera del Guadiato y extraer carbón de manera racional. Era una compañía de capital francés y se destacó por tener en explotación la mina de carbón más productiva de la cuenca, “La Terrible” (ubicada en lo que sería Pueblonuevo del Terrible y actualmente Peñarroya-Pueblonuevo). Según Santiago Pando Quintanilla, fue fundada en Metz y tomó el nombre de la sierra Los Santos. Su constitución fue fruto de una reunión celebrada en noviembre de 1845 a la que asistieron dos delegaciones: una francesa y otra inglesa. Los ingleses ya eran propietarios de minas en la zona.

El fruto empresarial fue la primera sociedad francesa de la Cuenca del Guadiato con sede en Posadilla (Fuente Obejuna), en donde ya se encontraba la compañía inglesa La Anglo Española, fundada en Linares en octubre de 1845. Los ingleses contribuyeron al proyecto con la aportación de sus minas además de ocupar cargos en la nueva sociedad. Las dos compañías (Los Santos y la Anglo Española) cooperaron entre sí para el primer estudio de un ferrocarril en la Cuenca del Guadiato en 1846, dos años antes de la inauguración del primer ferrocarril en la península ibérica, el Barcelona-Mataró (S. Pando, 2013).

A partir de 1862, recibió un fuerte impulso con la participación de la sociedad Parent & Schacken, que era dueña de Fives Lille, una importante empresa europea dedicada a la construcción de líneas de ferrocarril, vehículos ferroviarios y equipos industriales. Y también eran socios de la Compañía del ferrocarril de Ciudad Real a Badajoz.

Parent & Schacken obtuvo la concesión de la línea de Almorchón a Belmez. Gracias a esto, el nombre completo de la Compañía de Los Santos pasó a ser Compañía del Ferrocarril de Ciudad Real a Badajoz y de Almorchón a las minas de carbón de Belmez. Este desarrollo ilustra la filosofía del capital extranjero, especialmente el francés, de controlar las minas de carbón y luego otros sectores productivos para los que era imprescindible la construcción de líneas ferroviarias. Solo dos meses después de obtener la concesión de la línea ferroviaria, la Compañía de Los Santos se asoció con la poderosa banca hebrea Rothschild. Esta alianza llevó a la constitución en París, el 18 de junio de 1864, de la Sociedad Carbonífera y Metalúrgica de Belmez. Esta nueva sociedad continuó con la explotación de las minas que antes pertenecían a la Compañía de Los Santos, que fueron subastadas por ésta el 27 de septiembre de 1860 en Metz. ¿Y en donde está Metz? Pues resulta que, en el noreste de Francia, dentro de la región administrativa llamada Gran Este (Grand Est). Es la capital del departamento de Mosela, y está situada cerca de la frontera con Alemania y Luxemburgo, lo que la convierte en un punto estratégico y multicultural.

Según he consultado en la Estadística Minera de España, la producción de cobre en la provincia de Córdoba entre 1862 y 1880 fue fluctuante con periodos de notable extracción de mineral seguidos por caídas significativas e incluso ausencia de producción en algunos años.

Parece que es a partir de este periodo cuando la producción de “La Gata” o “La Inglesita” desaparece por probable falta de rentabilidad. El resto de la historia minera en el Valle del Guadiato estuvo protagonizado por la extracción de carbón y plomo a cargo, principalmente, de la poderosa Sociedad Minera y Metalúrgica de Peñarroya, heredera de la Sociedad Carbonífera y Metalúrgica de Belmez previa creación de la Sociedad Hullera y Metalúrgica de Belmez.

 

EL NOMBRE DE LA MINA

La “problemática” con el nombre me ha surgido a raíz de que en la cartografía que he consultado tanto del Instituto Nacional Geográfico como de la web GeaMap.com no aparecen referenciados ni la peña o montera, ni el pozo, así como la escombrera. También es cierto que ambos lugares no tuvieron por qué estar relacionados.

Vista en perspectiva con Google Earth en la que indico los sitios visitados.

Primera edición MTN25 en donde no aparecen reflejados los sitios que visité.


MINERALES Y OTRAS PIEDRAS

Según me ha indicado Ángel Domínguez Sánchez-Barranco, señor a quién tengo mucha estima por sus estudios sobre antiguas minas en Sierra Morena (y otros lugares), las piedras que encontré en la peña son principalmente malaquita y crisocola.





Respecto a los restos que recogí en la escombrera, no me pronuncio demasiado dada mi ignorancia. Os pongo las fotos para que podáis opinar libremente. Y agradecido estoy de que me corrijáis o informéis.



CONCLUSIONES

Para mí, lo realmente valioso de todo esto, es la satisfacción que me generó salir a explorar rincones del Valle del Guadiato que nunca había visitado. Para nada he descubierto nada que otras personas, geólogos, arqueólogos e ingenieros de minas hayan visto y estudiado antes. Simplemente, tras mi regreso a Madrid he querido reunir los datos disponibles en Internet. Y ver que se cumple aquello que dijo Santiago Ramón y Cajal de que no hay cuestiones pequeñas; las que lo parecen, son cuestiones grandes no comprendidas.

Atesoro el encuentro con Juan Antonio Español, con quién espero volver a encontrarme caminando por las calles y sendas de su pequeño pueblo; que me vuelva a hablar de cómo era la vida en El Hoyo durante su infancia. Y no menos, invitarle a un café, refresco o lo que le apetezca.

He hablado de mi desencuentro con la geología durante mi etapa en el instituto. No es que la profesora fuese una señora desagradable, pero sus clases asentadas en la metodología conductista me generaron mucho aburrimiento y desconexión. Tampoco yo me encontraba en mis mejores años como estudiante. Me doy cuenta de que estas cosas que hago ahora me resultan situaciones de aprendizaje más próximas al cognitivismo o constructivismo, en las que yo soy protagonista de mi propio aprendizaje.

Por último, con la chapa histórica que os he soltado sobre ingleses, franceses y algún alemán, he pretendido aproximaros a cómo la historia económica de España durante el siglo XIX estuvo enormemente capitaneada por capitales extranjeros. Tal vez muchas de estas minas no dejaron de explotarse por agotamiento de los minerales. Tal vez dejaron de ser rentables para bolsillo asentados en Francia, Bélgica y Reino Unido. Tal vez, si se hubiesen explotado por parte de los mismos terratenientes o propietarios locales, con sus necesarias inversiones en tecnología, los beneficios generados se habrían quedado dentro de estas regiones tan castigadas económicamente por la historia. Pero claro, a medida que estudio estos temas, tengo la impresión de que un rasgo que ha caracterizado a los “señoritos” es su pobre actitud a la hora de invertir en tecnología, siendo más cómodo especular con terrenos y concesiones. Y que ya otros “inventasen” como sacar adelante los potenciales mineros e industriales del territorio.

FUENTES CONSULTADAS

Pérez-L’Huillier, D., González-Zambrano, P., Cristo-Ropero, A., López Martínez, J. J., & Murillo Barroso, M. (2022). Aproximación a las labores mineras de la Prehistoria Reciente y de la Protohistoria en el Valle del Alto Guadiato (Córdoba). Antiquitas, (34), 37–50.

Cano García, M. (2009). Apuntes sobre la cuenca minera del Valle del Guadiato (Primera Parte: Introducción geológica y minería histórica). Sizigia, (1), 5–9.

Daza Sánchez, A. (s.f.). Patrimonio geominero de Belmez. Boletín de la Asociación Provincial de Museos Locales de Córdoba, pp. 43–49.

Infoguadiato. (s.f.). Compañía Los Santos Posadilla, Cuenca del Guadiato 1846–1862. Hemeroteca de InfoGuadiato. Recuperado el 22 de agosto de 2025, de https://hemeroteca.infoguadiato.com/index.php?page=enviar&val=8229&p=130

Pando, S. (2013). Parent & Schaken en la Cuenca del Guadiato (1861–1865). Minas de Pueblonuevo del Terrible. Recuperado el 22 de agosto de 2025, de