A continuación, os expongo un relato sobre modestos descubrimientos y estudios en torno una de las temáticas que me apasionan: el mundo de las minas abandonadas. Para nada pretende ser un artículo técnico y académico, correcto y formal. Como comento y comentaré, la geología se me atravesó malamente en la secundaria y soy ingeniero técnico industrial, no de minas. Al respecto procuro ceñirme a las fuentes disponibles y no entrar a cuestionar aspectos en que me considero profano.
Ha
sido un curso académico muy loco, por ser mi primer año de profesor. Además, he
tenido que cursar el máster de profesorado, del que aún tengo pendiente el
trabajo final. Año loco, intenso pero muy satisfactorio. Pero el tema del máster
me ha supuesto un gasto económico severo y junto con otras cuestiones
personales, decidí prescindir este verano de viajes exóticos y bohemios a
lugares recónditos del globo. Otro año en que no logro ascender a la categoría
de ciudadano que deja sus huellas y selfis en la Cochinchina, naciones vikingas
o la amazonia. Así que volví a optar por la vieja y conocida España; o no tan
conocida.
La
semana pasada estuve en el pueblo natal de mi madre, Peñarroya-Pueblonuevo, en
la provincia de Córdoba, en casa de mi tía Carmen. A pesar de la ola de calor
que se nos echó encima, me propuse hacer cosas y visitar lugares. Y tuve la
fortuna de poder ser recibido por la arqueóloga Araceli Cristo Ropero y su
equipo de la Universidad de Granada. Desde hace unos años trabajan en una
excavación arqueológica en la zona inundable del embales de Sierra Boyera, en
Belmez, el pueblo de al lado de Peñarroya-Pueblonuevo. Como este año ha sido
generoso en lluvias, el embalse está a tope y el asentamiento íbero que
investigan está inundado. Por lo que se están dedicando a clasificar,
identificar y datar una cantidad enrome de fragmentos de cerámica encontrados
en anteriores campañas, realizar prospecciones en la zona y actividades de
divulgación.
Tanto
Araceli como su compañero Pablo González Zambrano se dedicaron generosamente a
contarme aspectos y particularidades de sus hallazgos, resolviéndome dudas y aguantando
mi sed continua de conocimiento sobre la historia del Valle del Guadiato. No
pude evitar tener una sensación agridulce en cuanto que me mostraron técnicas
de documentación gráfica que dominé halla por 2013 cuando colaboré con cierta
universidad madrileña haciendo restituciones fotogramétricas en excavaciones y
sitios arqueológicos. Pero yo acababa de terminar la carrera y necesitaba poder
ganarme la vida. La fórmula que me ofrecieron, de matricularme en un máster
(les daba igual que máster) para poder ser su becario no me cuadró. Las cuentas
no me salían respecto a lo que iba a pagar por el máster y lo que iba a cobrar
como becario. Sumado a una serie de promesas que no se cumplían y tener que
trabajar con equipos que yo mismo había pagado, decidí aceptar un trabajo que
ni siquiera era de ingeniero, pero que me abría la puerta a un sueldo algo
digno. En fin, sinsabores de la vida.
Para
el resto de mis días en la zona, Araceli y Pablo me recomendaron visitar varios
lugares, en especial, el museo Museo Histórico de Belmez y del Territorio
Minero, junto con antiguas explotaciones mineras en la zona de El Hoyo, aldea
que pertenece a Belmez.
El
museo Museo Histórico de Belmez y del Territorio Minero lo visité a la mañana
siguiente. Está situado junto al Ayuntamiento de dicha villa, en una zona con
mucho encanto andalusí bajo la imponente presencia del castillo que fue
levantada por la Orden de Calatrava. Es muy interesante y lo recomiendo. Para
cuando me fui a casa de mi tía a comer, que no era cuestión de quedarme sin
comer, la temperatura ambiente ya alcanzaba los 40 ºC con cielos despejados;
vamos, que se estaba quedando una buena tarde.
Tras
la sobremesa y un buen rato de tele, mi mente me pedía actuar, hacer y
descubrir. A eso de las 19:00 me propia tía me sugirió irme a hacer de las mías
a la zona de El Hoyo, dado que dicha aldea se encuentra encajada entre montes
con mayor proporción de sombra cuando cae el sol. Me puse pantalón largo en
previsión de no dejarme la piel entre zarzas, pastos y cardos, camiseta
especial para el calor, gorro de pescador o pervertido de playa y portar litro
y medio de agua en una cantimplora especial para el calor.
Tras
un pequeño rato de coche desde Peñarroya, cruzando el embalse de Sierra Boyera,
me presenté en El Hoyo. Tenía en el móvil una interesante indicación que
Araceli me había pasado el día anterior sobre cómo llegar a una zona de minas
romanas. Primeramente, quise echar un vistazo a la calle principal de El Hoyo y
su iglesia, en busca de rasgos de identidad propios de la zona, de la España
recóndita que aún se resiste a desaparecer, estoica ante la calor, el devenir
histórico y los vientos decepcionantes de modernidad. Hacer esto me dio lugar a
cruzarme con un paisano de 70 años que se iba a pasear. Le di las buenas
tardes, porque en un pueblo es sagrado saludar, se conozca o no al personal.
Simpático y agradable me devolvió el saludo y me preguntó, de buen rollo, qué
hacía por allí. Le dije que de turismo, seguido de que tengo familia en Peñarroya
y desde hace años tenía pendiente visitar El Hoyo. El hombre me respondió con
cordialidad, me recomendó algunas zonas y animó a hacer frente al calor diciéndome
que pronto ya iba a haber mucha sombra e íbamos a estar más a gusto “que un
cochino en un charco”. Para muchas personas estos encuentros con nativos son
insignificantes o hasta molestos; para mí son la esencia de visitar un lugar.
Pocos
minutos después ya me dispuse en coger el coche y avanzar hacia la zona minera
indicada en el documento que me pasó Araceli. Mala suerte, o buena suerte, me
equivoqué de camino. Esto me dio lugar a adelantar a aquel mismo paisano. Al
rebasarle, bajé la ventanilla del copiloto y le hice un afectuoso saludo con el
brazo al que el volvió a responder con simpatía. El caso es que llegué a una
zona en que el camino ya era de todo menos un camino para coches; y menos un
Citroën C3. Malamente di la vuelta como pude sin rajar el cárter convencido de
que ese no era el camino. Y volví a cruzarme con el paisano. Bajé la ventanilla
y humildemente le conté que estaba en busca de una antigua mina. Tras hacerme
algunas indicaciones me propuso acompañarme hasta allí y me pidió permiso para
subirse en mi coche, a lo que accedí sin dudarlo, dejando de lado
anticipaciones negativas inculcadas por el cine de terror y páginas se sucesos.
Nos dimos las manos y se presentó: Juan Antonio Español Mohedano. Mientras avanzábamos
despacio, Juan Antonio me contó que su infancia había transcurrido entre
aquellos parajes, trabajando el labores agrícolas y forestales en aquella España
de la miseria post bélica, comiendo toda la familia en torno a un único plato.
Lo que ahora son secarrales llenos de pasto, entonces eran huertas. Su madre
era de Peñarroya, de la saga de los Mohedano y también había pasado parte de su
infancia allí. Más tarde emigró a Barcelona como parte de miles de españoles
expulsados del campo en un contexto de economía triunfal que había fracasado en
dar respuesta a las necesidades del medio rural. Ya en el lugar adecuado, Juan
Antonio me recomendó aparcar el coche en un olivar y bajó disparado a buscar la
boca de una galería subterránea por la que, según él, los mineros ascendían
hasta las entrañas del monte. Salí detrás de él dejándome la puerta del coche abierta
y el móvil dentro. Me contó que cuando era niño, él y sus amigos se habían
metido más de una vez por esa galería. No paró de prospectar zarzas e higueras
hasta que la encontramos. Se trata de la embocadura de un túnel construido en
mampostería, con el acceso sensatamente cerrado mediante una reja metálica con
candado. No le dije nada, porque no se trata de contradecir a alguien que gratuitamente
te está ayudando y guiando. Pero creo que el uso principal que debió tener ese
túnel fue como desagüe de la mina. Lamentablemente no fotografiarla por haberme
dejado el móvil en el coche; para otra ocasión.
Juan
Antonio me indicó la senda por la que llegar hasta una peña o montera con
cuevas que ya era visile. De hecho, Juan Antonio me dijo que aquello fueron “casas”
de los jefes de la mina. También me habló de un pozo minero casi en la cima del
monte, junto a un apoyo metálico de una línea de distribución eléctrica. Se
despidió afectuosamente diciéndome que allí siempre tendré un amigo. Volví al
coche, cogí mi mochila, el móvil y emprendí camino con determinación y prisas
porque no muy tarde se haría de noche. Con tanta determinación que, cegado por
la maleza, pasé de largo de la senda que lleva a la peña y acabé en la parte superior
del monte. Mas no fue infortunio, ya que así pude visitar el pozo superior de
acceso a la mina que mi amigo me había indicado. Con la ayuda de Google Earth
llegué hasta dicho pozo, que me resulta más bien un acceso inclinado cegado por
piedras. Me asomé y eché fotos, pero al ir solo, pasé de hacerme el valiente e
intentar meterme dentro. Después me propuse llegar hasta la peña bordeando el
monte por un camino y una senda inclinada; demasiado inclinada. El sol ya
empezaba a ocultarse y se me hacía que intentar tal descenso iba a desembocar
en un buen porrazo. Así que decidí abortar la misión y volverme con honra y sin
heridas a mi coche, e intentar llegar a la peña en otro momento. Al emprender
el descenso me empecé a encontrar con piedras que llamaron mi atención. Por sus
formas, peso y texturas creo que son desechos de función de minerales
metálicos. Creo que aquello es la vieja escombrera de alguna fundición. Sin
querer jugar a dármelas de arqueólogo, me cuadra que en esa parte superior del
monte, quienes explotaron la mina, realizasen actividades de cribado y
fundición de los minerales. Debía ser menos costoso hacer llegar allí el
combustible para el proceso metalúrgico: madera o carbón vegetal. Es mi humilde
hipótesis.
Cuando descendía en busca de mi coche, por el mismo camino, me di cuenta del punto en que debía de desviarme para acceder a la peña.
Al día siguiente, sin dudarlo,
repetí la aventura. Me fascinó acercarme a esa peña con claros signos de haber
sido trabajada por el ser humano. De hecho, las mencionadas cuevas creo que
fueron perforadas por aquellos remotos mineros. Encontré multitud de fragmentos
de minerales que os muestro en las fotos y creo que se corresponden con óxidos,
carbonatos y silicatos de cobre.
HISTORIA
A
continuación, os resumo lo que he encontrado en esta mina.
Según
Pérez-L’Huillier, González-Zambrano, Cristo-Ropero, López Martínez y Murillo
Barroso (2022), el nombre de la mina es “La Gata” y es un lugar de extracción
minera situado en la Sierra de los Santos, dentro del término municipal de
Belmez. En ella se extrajeron cobre y oro, presentes principalmente en
minerales de cuarzo, malaquita, calcopirita, pirita y óxidos de hierro. Le se
asocia la existencia de un poblado minero de época romana y un gran escorial. En
el Museo Histórico de Belmez y del Territorio Minero se conservan materiales
íberos procedentes de esta zona, incluyendo un lingote de plomo de 32 kg y
varias escorias metalúrgicas, además de una posible torta de fundición. En el
entorno de la mina se han registrado aproximadamente cincuenta hornos de
tostación y refino, con diámetros de entre 1,5 y 8 metros y hasta 1 metro de
profundidad, interconectados entre sí, formando "campos de hornos" u
"hornos de malaquita" debido a la coloración y las escorias
encontradas. La explotación de La Gata se remonta al I milenio a.C.
El
caso es que, según el visor del Instituto Geográfico Nacional (https://www.ign.es/iberpix/visor/)
el enclave geográfico en donde se encuentra esta mina se llama Sierra de Gata.
Al respecto, Manuel Cano García indica que la mina de la Gata se encontraba en
el término municipal de Belmez. Esta mina fue explotada durante la época romana
y se dedicaba a la extracción de mineral de plomo. Fue explotada durante época
romana y disponía de hornos de fundición a pie de mina. El 24 de octubre de 1564, Juan Mollinero, de origen alemán, registró un escorial en la parte que se conocía como
Sierra de la Gata en el término de Belmez. Este hecho sugiere la
continuidad de la actividad o al menos la presencia de vestigios de minería y
fundición en esa área, posiblemente relacionados con explotaciones anteriores.
Según el académico y profesor de la Universidad de Córdoba, Antonio Daza Sánchez, en el libro de las Minas de la Corona de Castilla (de Tomás González) en 1575 un tal Martín Sánchez Membrillera registra una mina metálica en el pago llamado cortijo del Hoyo, en una viña de una tal Mari Hernández Catilleja. En 1845, a parte de las minas de cobre “Santo Tomás” y “La Candelaria”, en el Hoyo, aparece otra mina llamada “La Inglesita” en la Sierra de Gata junto y una fábrica nombrada como “Santa Teresa”. En esos mismos años, 6 minas de cobre situadas en la Sierra de Gata eran propiedad de ciudadanos ingleses.
Según un documento que me ha proporcionado la Ingeniero Técnico de Minas en Junta de Andalucía, Inmaculada Ramos Márquez, con la generosa mediación de Ángel Domínguez Sánchez-Barranco, “La Inglesita” estaba compuesta por cuatro pertenencias denunciadas por Santiago de Gálvez y compañía en 1845.
En el artículo Compañía LOS SANTOS Posadilla,Cenca del Guadiato 1846-1862, (S. Pando, 2013), “La Inglesita” fue cedida en propiedad a la Compañía Los Santos por Enrique Souttum el 8 de marzo de 1856. Y ahora me paro a hablar, o mejor dicho escribir, un poco sobre esta empresa por la importancia histórica que tuvo en el Valle del Guadiato.
Compañía
de Los Santos
La Compañía
de Los Santos fue, junto con la Unión Ferro-Carbón (ambas constituidas en 1846)
una entidad cuyo objetivo era industrializar la cuenca minera del Guadiato y
extraer carbón de manera racional. Era una compañía de capital francés y
se destacó por tener en explotación la mina de carbón más productiva de la
cuenca, “La Terrible” (ubicada en lo que sería Pueblonuevo del Terrible y
actualmente Peñarroya-Pueblonuevo). Según Santiago Pando Quintanilla, fue fundada en Metz y
tomó el nombre de la sierra Los Santos. Su constitución fue fruto de una
reunión celebrada en noviembre de 1845 a la que asistieron dos delegaciones:
una francesa y otra inglesa. Los ingleses ya eran propietarios de minas en la
zona.
El fruto empresarial fue la primera sociedad francesa de la
Cuenca del Guadiato con sede en Posadilla (Fuente Obejuna), en donde ya se encontraba
la compañía inglesa La Anglo Española, fundada en Linares en octubre de 1845.
Los ingleses contribuyeron al proyecto con la aportación de sus minas además de
ocupar cargos en la nueva sociedad. Las dos compañías (Los Santos y la Anglo
Española) cooperaron entre sí para el primer estudio de un ferrocarril en la
Cuenca del Guadiato en 1846, dos años antes de la inauguración del primer
ferrocarril en la península ibérica, el Barcelona-Mataró (S. Pando, 2013).
A partir de
1862, recibió un fuerte impulso con la participación de la sociedad Parent & Schacken, que era dueña de
Fives Lille, una importante empresa europea dedicada a la construcción de
líneas de ferrocarril, vehículos ferroviarios y equipos industriales. Y también
eran socios de la Compañía del ferrocarril de Ciudad Real a Badajoz.
Parent &
Schacken obtuvo la concesión de la
línea de Almorchón a Belmez. Gracias a esto, el nombre completo de la
Compañía de Los Santos pasó a ser Compañía
del Ferrocarril de Ciudad Real a Badajoz y de Almorchón a las minas de carbón
de Belmez. Este desarrollo ilustra la filosofía del capital extranjero,
especialmente el francés, de controlar las minas de carbón y luego otros
sectores productivos para los que era imprescindible
la construcción de líneas ferroviarias. Solo dos meses después de
obtener la concesión de la línea ferroviaria, la Compañía de Los Santos se
asoció con la poderosa banca hebrea Rothschild.
Esta alianza llevó a la constitución en París, el 18 de junio de 1864, de la Sociedad Carbonífera y Metalúrgica de Belmez.
Esta nueva sociedad continuó con la explotación de las minas que antes pertenecían
a la Compañía de Los Santos, que fueron subastadas por ésta el 27 de septiembre
de 1860 en Metz. ¿Y en donde está Metz? Pues resulta que, en el noreste de
Francia, dentro de la región administrativa llamada Gran Este (Grand Est). Es
la capital del departamento de Mosela, y está situada cerca de la frontera con
Alemania y Luxemburgo, lo que la convierte en un punto estratégico y
multicultural.
Según he
consultado en la Estadística Minera de España, la producción de cobre en la
provincia de Córdoba entre 1862 y 1880 fue fluctuante con periodos de notable
extracción de mineral seguidos por caídas significativas e incluso ausencia de
producción en algunos años.
Parece que
es a partir de este periodo cuando la producción de “La Gata” o “La Inglesita”
desaparece por probable falta de rentabilidad. El resto de la historia minera
en el Valle del Guadiato estuvo protagonizado por la extracción de carbón y
plomo a cargo, principalmente, de la poderosa Sociedad Minera y Metalúrgica de
Peñarroya, heredera de la Sociedad Carbonífera y Metalúrgica de Belmez previa
creación de la Sociedad Hullera y Metalúrgica de Belmez.
EL
NOMBRE DE LA MINA
La “problemática”
con el nombre me ha surgido a raíz de que en la cartografía que he consultado
tanto del Instituto Nacional Geográfico como de la web GeaMap.com no aparecen
referenciados ni la peña o montera, ni el pozo, así como la escombrera. También
es cierto que ambos lugares no tuvieron por qué estar relacionados.
Primera edición MTN25 en donde no aparecen reflejados los sitios que visité.
MINERALES Y
OTRAS PIEDRAS
Según me ha
indicado Ángel Domínguez Sánchez-Barranco, señor a quién tengo mucha estima por
sus estudios sobre antiguas minas en Sierra Morena (y otros lugares), las
piedras que encontré en la peña son principalmente malaquita y crisocola.
Respecto a
los restos que recogí en la escombrera, no me pronuncio demasiado dada mi
ignorancia. Os pongo las fotos para que podáis opinar libremente. Y agradecido
estoy de que me corrijáis o informéis.
CONCLUSIONES
Para mí, lo
realmente valioso de todo esto, es la satisfacción que me generó salir a
explorar rincones del Valle del Guadiato que nunca había visitado. Para nada he
descubierto nada que otras personas, geólogos, arqueólogos e ingenieros de minas
hayan visto y estudiado antes. Simplemente, tras mi regreso a Madrid he querido
reunir los datos disponibles en Internet. Y ver que se cumple aquello que dijo
Santiago Ramón y Cajal de que no hay cuestiones pequeñas; las que lo parecen,
son cuestiones grandes no comprendidas.
Atesoro el encuentro
con Juan Antonio Español, con quién espero volver a encontrarme caminando por
las calles y sendas de su pequeño pueblo; que me vuelva a hablar de cómo era la
vida en El Hoyo durante su infancia. Y no menos, invitarle a un café, refresco
o lo que le apetezca.
He hablado
de mi desencuentro con la geología durante mi etapa en el instituto. No es que
la profesora fuese una señora desagradable, pero sus clases asentadas en la
metodología conductista me generaron mucho aburrimiento y desconexión. Tampoco
yo me encontraba en mis mejores años como estudiante. Me doy cuenta de que
estas cosas que hago ahora me resultan situaciones de aprendizaje más próximas
al cognitivismo o constructivismo, en las que yo soy protagonista de mi propio
aprendizaje.
Pérez-L’Huillier, D., González-Zambrano, P., Cristo-Ropero, A., López Martínez, J. J., & Murillo Barroso, M. (2022). Aproximación a las labores mineras de la Prehistoria Reciente y de la Protohistoria en el Valle del Alto Guadiato (Córdoba). Antiquitas, (34), 37–50.
Cano García, M. (2009). Apuntes sobre la cuenca minera
del Valle del Guadiato (Primera Parte: Introducción geológica y minería
histórica). Sizigia,
(1), 5–9.
Daza Sánchez, A. (s.f.). Patrimonio geominero de Belmez. Boletín de la
Asociación Provincial de Museos Locales de Córdoba, pp. 43–49.
Infoguadiato. (s.f.). Compañía
Los Santos Posadilla, Cuenca del Guadiato 1846–1862. Hemeroteca de
InfoGuadiato. Recuperado el 22 de agosto de 2025, de https://hemeroteca.infoguadiato.com/index.php?page=enviar&val=8229&p=130
Pando, S. (2013). Parent & Schaken en la Cuenca del Guadiato (1861–1865). Minas de Pueblonuevo del Terrible. Recuperado el 22 de agosto de 2025, de
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