jueves, 17 de mayo de 2018

Dos días con Oporto y sus tranvías

Afortunadamente aún quedan reductos de tranvías históricos en la Península Ibérica. Y principalmente en tierras lusas. Este fue unos de los motivos por los que me largué un par de días a Oporto. O tal vez el más potente.

Tres años antes que Madrid, en 1895, esta ciudad portuguesa estrenó su primera línea de tranvía eléctrico. Desde entonces comenzó el crecimiento de unas densa red de tranvías a medida que la ciudad crecía. Pero como en tantos otros sitios este medio de transporte sufrió los azotes de la industria del automóvil y del petróleo. Padeció tremendo proceso de cierre de líneas y desguace de vehículos en la segunda mitad del siglo XX. Pero el amor por la historia y la identidad urbana pesaron para la preservación de un mínimo trazado y parque móvil para usos turísticos y culturales. Justamente lo que desgraciadamente no se hizo en Madrid.










Pero a parte de tranvías históricos también los tienen modernos. La red de Metro viene a ser lo que en Madrid conocemos como Metro Ligero, pero con mejor criterio. Los vehículos son tranvías modernos que en hora punta circulan en doble composición. Los trazados combinan vía embutida en plataforma segregada del tráfico rodado o vía convencional con raíles y traviesas normales allí donde no es necesario el carril embutido. Donde es preciso, como es el centro de la ciudad, los trenes circulan dentro de túneles. Pero cuando no hay motivo para el soterramiento, circulan al aire libre. Esto incluye el histórico y mítico puente Luis I en convivencia con los peatones. Se aprecia que a la hora de proyectar las infraestructuras pesó el racionalismo económico y la lógica técnica.





Volviendo al tranvía histórico, mi primera toma de contacto fue de la siguiente manera. Salí del aeropuerto y tomé el Metro hacia el centro urbano. En Trindade hice transbordo a la línea D con sentido Santo Ovídio. Me bajé en Sao Bento y continué a pie hacia el inicio de la línea 1. Comentar que Oporto es una ciudad tremendamente en cuesta y que arrastro una fascitis plantar que viene a ser una inflamación crónica en unos tendones del pie. Lo que me hace tener que economizar esfuerzos en cuanto a caminatas. Un buen motivo para hacer uso de los medios de transporte que ofrece la urbe.




Tranvía y ocio conviven tranquilamente

Los peatones circulan tranquilamente junto a los tranvías



Cuando llegué a la parada de Infante me encontré un vehículo en la vía terminal esperando a un grupo que lo había alquilado. Su conductor amablemente me indicó que unos metros más adelante es donde me podía montar en los tranvías que realizan el recorrido de la línea 1. Ya había uno pero estaba colapsado de turistas. Tuve que esperar unos 20 minutos hasta la llegada del siguiente. Solo hay en servicio 6 vehículos para las 3 líneas históricas (1, 18 y 22). Pero ya es más de lo que tenemos en Madrid. Y tener que esperar me empujó a tener que tomarme la vida de otra manera en cuanto a prisas. También me entró susto al ver tanta gente. Temí que cada vez que fuese a subir a un tranvía la experiencia radicase en un hacinamiento humano con empujones y peleas por los asientos. Pero afortunadamente esto solo sucedió al principio. Un consejo: el sol pegaba con fuerza en esta parte de la ribera del Duero, por lo que no sobra llevar gorra. Y algo de protección para pieles sensibles y nórdicas.



Antes de nada, comentar que el billete sencillo vale 3€. Pero por 10 € podemos comprar un título que nos sirve para montar todo lo que queramos durante dos días. Algo fabuloso para nostálgicos y fetichistas de este férreo y vetusto medio de transporte.






El trayecto que es realizado por la línea 1 hasta Passeio Alegre es flipante. No exento de momentos de conflicto con vehículos que invaden la plataforma del tranvía. Pero que en nada de tiempo se resuelven y desmienten el papel del tranvía como un factor nocivo en la movilidad urbana. Comentar que lo habitual es que cuando llegamos al final de una línea, los conductores no hacen bajar del tranvía y volver a hacer cola para subir. Tiene su lógica ya que se podría dar el caso de grupos de viciosos del patrimonio que se quedarían enquistados dentro, asomados a la ventana sin parar de surcar la ciudad saboreando sus aromas, brisas y vistas.






Un yayo de los que exhalan poderío retira su bólido mientras el tranvía espera.

Tras recorrer unas cuantas veces la línea 1, me apee en la parada de Museu do Carro Eléctrico. Allí tomé el tranvía 18 para subir a la ciudad. Y nunca mejor dicho. El vehículo se tiene que enfrentar a una pendiente alucinante para lo que es un sistema ferroviario. Escuchar el rugido de sus motores de corriente continua ya es toda una experiencia. En la parada de Carmo cambié al tranvía 22, a bordo del cual di unas cuantas vueltas recorriendo el centro de Oporto. Esta línea tiene su punto de inversión en Guindais, donde podemos tomar un funicular que nos baja hasta la ribera del Duero, justo en la entrada inferior del puente Luis I. Este funicular, como obra de ingeniería, merece un artículo a parte. No sólo por su trazado de vértigo e irregular, sino por el sistema dinámico que hace que la cabina se mantenga constantemente horizontal respecto al bastidor y ejes.


Tranvía 22 estacionado junto al acceso al funicular de Guindais

Como he comentado antes, hay 6 vehículos haciendo las rutas turísticas durante el día. Y sólo uno para la línea 22 y otro para la 18. Pero también es cierto que el grado de ocupación que observé no demandaba más servicio. Al menos en estos días de mayo.




El tranvía gusta



 Parece que la convivencia entre diferentes patrimonios históricos es posible

La picaresca celtíbera sobrevive en Oporto

La mañana de mi segundo día la dediqué a visitar el Museu do Carro Eléctrico. Tiene una bien nutria y mantenida colección de vehículos históricos. Muchos de ellos listos para prestar servicio. De hecho pude presenciar cómo salía a circular uno cargado de escolares. Y antes de que se me olvide, decir que presentando el billete de 2 días, nos rebajan el precio de la entrada al museo de 8 a 4 euros. Además, también es museo eléctrico ya que conserva transformadores, rectificadores y paneles de mando de la antigua central eléctrica del tranvía.






Detalle de los accionamientos manuales del puente grúa de la central eléctrica de termoeléctrica de Massarelos

















Decir que Oporto tiene muchísimas más cosas. Unas fachadas impresionantes, rincones cargados de encanto e historia. Hay mucho para practicar arqueología industrial. Se nota que Portugal, además de ser un imperio militar y geográfico, lo fue económico y comercial. Está más que presente la huella de sus vinos, corchos y cerámicas. Andar por la ciudad se hace un pelín incomodo debido a las numerosas obras que se están llevando a cabo en edificios. Algo bueno ya que indica una voluntad fehaciente por recuperar su encanto y personalidad. A su vez se respira cierto aire que muchos denominan decadencia. Y debió de haberla. Sin conocer mucho la historia de Portugal me atrevo a imaginar años duros postcoloniales en las últimas décadas del siglo XX. Quedan muchos resquicios de aquello traducidos en personajes autóctonos deambulando por calles, bares y junto a fachadas sucias y abandonadas. Pero en cuestión de decadencia tampoco estamos los españoles para dar lecciones.



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