Recientemente,
mi hermano Ángel me ha regalado esta monada. En estos tiempos de
inmortalizaciones digitales, llevadas a cabo de manera fugaz con teléfonos
móviles, me resulta encantador el mundo del carrete. Es una máquina sencilla
aunque tiene la característica que más me gusta; es manual. Aunque no es una
cámara réflex, ofrece cierto juego a la hora de enfocar, tiempo de exposición
de la película y apertura del diafragma.
Me contó mi hermano que la compró de
segunda mano por Internet. Cuando la recibió, se dio cuenta que estaba
averiada. Procedió a abrirla y el lío que se armó fue cósmico. Lo que fallaba
era el muelle de una pieza. El obturador se quedaba atrancado y no se cerraba.
Al empezar a desmontar la cámara, las
lentes se cayeron todas y saltaban bolitas y muelles por todos lados. En fin,
dejo testimonio gráfico de la peripecia y así, de paso, admiramos la
sofisticación que llegó a alcanzar la tecnología mecánica en las etapas previas
a la aparición de la electrónica moderna.